La crisis del mercado inmobiliario continúa tirando de los precios hacia abajo aunque, eso sí, los descensos en las valoraciones son cada vez menores. Esta circunstancia atrae a muchos inversores, algo que aún no se ha traducido en una mejora del sector…
El ladrillo no para de caer. Los precios del metro cuadrado no han dejado de bajar desde el año 2008, cuando se desató la mayor crisis económica de la España reciente. Eso sí, este retroceso es la menor variación interanual que se registra desde 2008, por lo que se vislumbra el final del largo túnel por el que ha pasado la industria en los últimos siete años. Muchos inversores se han decantado por volver a inyectar fondos en el mismo sector que tantos disgustos ha generado desde que se desató la crisis.
Según los datos, el volumen de inversión en el mercado inmobiliario madrileño alcanzó los 6.347 millones de euros entre junio de 2014 y mayo de 2015. Barcelona también se ha instalado en la senda del crecimiento y ha registrado un 46% más de inversión.
El saldo para toda España, 13.000 millones de euros en un año, con gran presencia de capital extranjero: Madrid es la decimocuarta ciudad del mundo con más afluencia de dinero del exterior para destinar al mercado inmobiliario.
Cabe entonces preguntarse por qué no suben los precios de las viviendas, ya que si la demanda está creciendo los vendedores podrían subir los precios.
Para empezar, habría que aclarar que no todo el ladrillo es para viviendas. De hecho, también se producen grandes inversiones inmobiliarias para oficinas o instalaciones industriales. El de la vivienda, es un mercado cuya recuperación real puede dilatarse hasta 2 o 3 años. El sector está muy influido por la solvencia de los compradores, que en su mayoría son ciudadanos de a pie que aún sufren las consecuencias de la crisis económica.
La tipología de muchos de los trabajos que se están creando (contratos precarios y salarios bajos) hacen poco viable la adquisición de una vivienda para la población en edad de emanciparse, la franja social que tradicionalmente ha representado el grueso de la demanda.
La recuperación es desigual. Las propiedades urbanas de primera calidad se benefician de la mejora económica y crediticia, pero todavía hay muchas unidades residenciales de baja calidad desocupadas en zonas periféricas y desfavorecidas. Son razones para el realismo, aunque ya se esté acabando la hora del pesimismo.